El olmo que os presento en esta entrada es uno de los árboles a los que más cariño le tengo, se trata de un Ulmus minor procedente de un vivero forestal de la Sierra de María, en Almería, en 1992. Fué una de las primeras plantas que comencé a cultivar en maceta, y junto con otra que os mostraré más adelante, ha ido evolucionando a la vez que he ido evolucionando yo en el mundo del bonsái.
En un primer momento lo fuí diseñando en estilo inclinado, con una copa muy tupida, pero mal estructurada. Conforme pasaban los años y mi imagen del bonsái evolucionaba, fué cambiando la imagen de este ejemplar.
Si empezara de nuevo a trabajar este plantón, los pasos que seguiría no serían los mismos, he aprendido muchísimas técnicas nuevas y habría engordado el tronco en suelo antes de empezar a castigarlo con otras técnicas, pero el haberlo trabajado de la manera en la que lo hice le ha dado un carácter muy particular y lo hace para mí enormemente valioso.
Durante los primeros años me dediqué a dejarlo crecer, ir alambrando sus ramas, pinzarlo muy a menudo y defoliarlo de vez en cuando. Cada cierto tiempo podaba un poco y lo transplantaba cada tres años, trabajándole un poco las raíces.
Estas técnicas son muy efectivas para aumentar la ramificación de los olmos, y de esta forma nunca me faltaban ramas para seguir trabajando, pero hicieron que el árbol fuera creciendo muy lentamente, siempre limitado, siempre muy recogido, y si cortáramos el tronco, los anillos de crecimiento estarían muy apretados.
En los sucesivos años va aumentando el grosor del tronco y mejorando el nebari, pero la estructura de las ramas no convence. Se va transplantando sucesivamente de un gran tiesto a uno ovalado de tamaño medio, hasta que finalmente se planta en un tiesto artesanal fabricado por Francisca Martínez de Uriarte en 2001.
En noviembre de 2003 se somete a una fuerte poda y una reestructuración, transformándolo en una semicascada. Se transplanta de nuevo en marzo de 2004.
En enero 2005 se alambra de nuevo aumentando la curvatura del tachiagari, se elimina una rama baja del ápice que se transforma en jin y se reposicionan las ramas acercando la punta de la rama en cascada hacia el frente, al igual que la segunda rama.
En abril de ese año, el olmo había brotado bien y estaba listo para realizarle el primer defoliado, técnica que permite aumentar mucho la ramificación y se puede cerrar rápidamente la copa:
En marzo de 2005, un año más tarde, se transplanta a un tiesto cónico, (me costó 15 euros), aunque la mancha tenía que haberla puesto hacia el frente. Se poda ligeramente y en las fotografías podéis ver como los nuevos brotes comienzan a aparecer. El mejor momento para transplantar esta especie, al igual que la mayoría de las caducifolias, es cuando las yemas comienzan a hincharse, lo que dependerá del clima de la zona y de las temperaturas que tengamos ese año.
Para junio el olmo había crecido bastante y era el momento de defoliar de nuevo, podando las ramas que se salgan del contorno. El resultado cuando el árbol comienza a brotar:
Y hasta aquí llegó la evolución del olmo, en su primera fase. Resulta que cuando me voy de vacaciones pongo el riego por goteo, ese año había modificado el sistema, poniendo una bomba eléctrica, y desgraciadamente hubo un fallo en la red y los árboles estuvieron dos días de agosto sin riego, os podéis imaginar lo ocurrido. Murieron más de 100 árboles.
Pero siempre se ha dicho que hay árboles que se resisten a morir, que hay que matarlos, y el olmo pertenece a esas especies, junto con los olivos. Hay ejemplares que se llevan usando como seto en Inglaterra más de 1000 años, rejuveneciéndolos a partir de las raíces.
Cuando me puse a buscar lo que se mantenía vivo, solo encontré viables el nebari y el tachiagari, así que podé y a esperar. El resultado en la segunda entrega.
Juan Antonio.
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